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—¿Qué va a ser esta niña? —preguntaban algunos.
Y Lulú contestaba:
—Golfa, golfa —u otra palabra más dura, y añadía: Así la llevarán en coche, como a la Estrella. La hija de la señora Venancia era una vaca sin cencerro, holgazana, borracha, que se pasaba la vida disputando con las comadres de la vecindad. Como a Manolo, su hombre, no le gustaba trabajar toda la familia vivía a costa de la Señora Venancia, y el dinero del taller de planchado no bastaba, naturalmente, para subvenir a las necesidades de la casa.
Cuando la Venancia y el yerno disputaban, la mujer de Manolo siempre salía a la defensa del marido, como si este holgazán tuviera derecho a vivir del trabajo de los demás.
Lulú, que era justiciera, un día, al ver que la hija atropellaba a la madre, salió en
defensa de la Venancia, y se insultó con la mujer de Manolo; la llamó tía zorra, borracha, perro y añadió que su marido era un cabronazo; la otra le dijo que ella y toda su familia eran unas cursis muertas de hambre, y gracias a que se interpusieron otras vecinas, no se tiraron de los pelos.
Aquellas palabras ocasionaron un conflicto, porque Manolo el Chafandín, que era un chulo aburrido, de estos cobardes, decidió pedir explicaciones a Lulú de sus palabras.
Doña Leonarda y Niní, al saber lo ocurrido, se escandalizaron. Doña Leonarda echó una chillería a Lulú por mezclarse con aquella gente.
Doña Leonarda no tenía sensibilidad más que para las cosas que se referían a su
respetabilidad social.
—Estás empeñada en ultrajarnos —dijo a Lulú medio llorando—. ¿Qué vamos a
hacer, Dios mío, cuando venga ese hombre?
—Que venga —replicó Lulú—; yo le diré que es un gandul y que más le valía
trabajar y no vivir de su suegra.
—¿Pero a ti qué te importa lo que hacen los demás? ¿Por qué te mezclas con esa
gente?
Llegaron por la tarde Julio Aracil y Andrés y doña Leonarda les puso al corriente de lo ocurrido.
—Qué demonio; no les pasará a ustedes nada —dijo Andrés—; aquí estaremos
nosotros. Aracil, al saber lo que sucedía y la visita anunciada del Chafandín, se hubiera marchado con gusto, porque no era amigo de trifulcas; pero por no pasar por un cobarde, se quedó.
—¿Pero a ti qué te importa lo que hacen los demás? ¿Por qué te mezclas con esa
gente?
Llegaron por la tarde Julio Aracil y Andrés y doña Leonarda les puso al corriente de lo ocurrido.
—Qué demonio; no les pasará a ustedes nada —dijo Andrés—; aquí estaremos
nosotros. Aracil, al saber lo que sucedía y la visita anunciada del Chafandín, se hubiera marchado con gusto, porque no era amigo de trifulcas; pero por no pasar por un cobarde, se quedó.
A media tarde llamaron a la puerta, y se oyó decir.
—¿Se puede?
—Adelante —dijo Andrés.
Se presentó Manolo el Chafandín, vestido de día de fiesta, muy elegante, muy
empaquetado, con un sombrero ancho torero y una gran cadena de reloj de plata. En su mejilla un lunar negro y rizado trazaba tantas vueltas como el muelle de un reloj de bolsillo. Doña Leonarda y Niní temblaron al ver a Manolo. Andrés y Julio le invitaron a explicarse. El Chafandín puso su garrota en el antebrazo izquierdo, y comenzó una retahíla larga de reflexiones y consideraciones acerca de la honra y de las palabras que se dicen imprudentemente.
Se veía que estaba sondeando a ver si se podía atrever a echárselas de valiente, porque aquellos señoritos lo mismo podían ser dos panolis que dos puntos bragados que le hartasen de mojicones.
Lulú escuchaba nerviosa, moviendo los brazos y las piernas, dispuesta a saltar.
El Chafandín comenzó a envalentonarse al ver que no le contestaban, y subió el tono de la voz.
—Porque aquí (y señaló a Lulú con el garrote) le ha llamado a mi señora zorra, y mi señora no es una zorra; habrá otras más zorras que ella, y aquí (y volvió a señalar a Lulú) ha dicho que yo soy un cabronazo, y ¡maldita sea la!... que yo le como los hígados al que diga eso.
Al terminar su frase, el Chafandín dio un golpe con el garrote en el suelo.
Al terminar su frase, el Chafandín dio un golpe con el garrote en el suelo.
Viendo que el Chafandín se desmandaba, Andrés, un poco pálido, se levantó y le
dijo:
—Bueno; siéntese usted.
—Estoy bien así —dijo el chulo.
—No, hombre. Siéntese usted. Está usted hablando desde hace mucho tiempo, de pie, y se va usted a cansar.
Manolo el Chafandín se sentó, algo escamado.
—Ahora, diga usted —siguió diciendo Andrés—, qué es lo que usted quiere, en
resumen.
—¿En resumen?
—Sí.
—Pues yo quiero una explicación.
—Una explicación, ¿de qué?
—De las palabras que ha dicho aquí (y volvió a señalar a Lulú) contra mi señora y contra este servidor.
—Vamos, hombre, no sea usted imbécil.
—Yo no soy imbécil.
—¿Qué quiere usted que diga esta señorita? ¿Que su mujer no es una zorra, ni una borracha, ni un perro, y que usted no es un cabronazo? Bueno; Lulú, diga usted eso para que este buen hombre se vaya tranquilo.
—A mí ningún pollo neque me toma el pelo —dijo el Chafandín, levantándose.
—Yo lo que voy a hacer —dijo Andrés irritado— es darle un silletazo en la cabeza y echarle a puntapiés por las escaleras.
—¿Usted?
—Sí; yo.
Seeing that he was becoming insolent, Andres, a trifle
pale, got up and said:
"Very good; sit down."
"I am very well as I am," said the ruffian.
"No, sir. Sit down. You have been speaking for a long
time standing up, and you will tire yourself."
Manolo the Buffoon sat down somewhat unwillingly.
"And now," went on Andres, "say what it is, in a
word, that you want."
"In a word?"
"Yes."
"I want an explanation."
"What for?"
"For the words that she, here--" pointing once more
to Lulu-"spoke against my wife and against your
humble servant."
"My good man, don't be a fool."
"I am not a fool."
"What would you have the lady say? That your
wife is not a harlot, nor a drunkard, nor a slut, and
that you are not a cuckold? Very well; Lulu, repeat
those words, so that this good man may go away m
peace.''
"I won't allow any little fine gentleman to laugh at
me," said Manolo, getting up.
"What I am going to do," said Andres angrily, "is to
break a chair over your head and kick you down the
stairs."
"You?"
"Yes, I.''
Y Andrés se acercó al chulo con la silla en el aire. Doña Leonarda y sus hijas
empezaron a gritar; el Chafandín se acercó rápidamente a la puerta y la abrió.
Andrés se fue a él; pero el Chafandín cerró la puerta y se escapó por la galería,
soltando bravatas e insultos. Andrés quería salir a calentarle las costillas para enseñarle a tratar a las personas; pero entre las mujeres y Julio le convencieron de que se quedara. Durante toda la riña Lulú estaba vibrando, dispuesta a intervenir. Cuando Andrés se despidió, le estrechó la mano entre las suyas con más fuerza que de ordinario.
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